Por
María del Pilar
Su mano
joven y hermosa, sin rastros todavía del paso del tiempo, del correr de los
años, del trabajo que consume, de la sequedad del cuerpo; se posó, trémula,
sobre la de su padre. Temblaba esta ante lo incierto y desconocido. El noble
varón de quien fuera retoño, agonizaba.
Al
cerrar los ojos, recorrió en un instante toda su vida. Y en esas imágenes que
pasaban sin descanso y con rapidez, vio a este mismo hombre acompañándolo… siempre. Lo vislumbraba alto, regio, fuerte,
gallardo, soberbio. Un ejemplo de hidalgo. Un ejemplo… para él.