martes, 15 de abril de 2014

Descubriendo belleza

Por Magdalena


“Los niños del coro, vestidos de blanco... estaban cantando lo que después supe que era el Magníficat. (…)Entonces, se produjo el acontecimiento clave: en un instante, mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certeza que no dejaba lugar a ninguna clase de duda. De modo que todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida no han podido sacudir mi fe ni, a decir verdad, tocarla. De repente, tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios.”


  Son palabras del escritor francés, Paul Claudel, que como él mismo relata, luego de un encuentro profundo entre su alma y la Belleza, abrazó la fe verdadera para nunca separarse de ella. De nada le valieron ya sus débiles razones y sus frágiles placeres, de nada valieron la pluma y la tinta, de nada valieron los años de costumbres alejadas de Dios. Es que Este se le había presentado, ¡Él mismo!, revestido de Belleza, una de sus tantas expresiones. De allí en más, ni la teoría mejor elaborada podría separarlo de su recién hallado Señor.
  Y es que el encuentro con la Belleza Verdadera transforma al hombre, abre en el alma de quien la vio -o la oyó-  un estigma incurable, que no cicatriza nunca.
  Sin menospreciar razones y silogismos, no podemos negar que cuando una cosa se nos presenta bañada en hermosura, produce en nosotros una atracción mucho mayor y se nos hace más fácil creer en ella, y amarla. Y qué decir si esta belleza, es tan perfecta que además lleva consigo las palabras con que habla la verdad y arrastra a las obras que nacen del bien. Es entonces la Belleza plena la que se despliega ante nuestros ojos.
El Angelus - Jean F. Millet
  En el mundo materialista, consumista, cuantificador e individualista que hoy nos rodea, poco lugar queda para la belleza. El gris del humo que expiden las fábricas vence de a poco el celeste del firmamento límpido de las mañanas primaverales. Los estáticos y opacos ladrillos ganan cada vez más espacio a las campiñas verdes. Las columnas de cemento matan a los árboles; las teclas lapidan a los libros; los números, a las flores. ¿Qué demonios puede llegar a interesarle a un contador de pálidos billetes si el cielo es gris o azul, si en su jardín hay flores o ladrillos? No, nada de esto es capaz de inquietarlo, de atraer su atención, está demasiado ocupado en medir la longitud del cielo y la profundidad del mar como para advertir que ambos son azules. El hombre parece hoy desenamorado del mundo que lo rodea. Y prefiere las grotescas figuras que, totalmente ajenas a cualquier tipo de sentido estético, desvían su gusto de la auténtica belleza. ¡Ah! si el hombre recordara las palabras de Nuestro Señor: “¡Mirad los lirios del campo…!”
  Pero, sin embargo, todavía hay reservas de belleza en este mundo. El mundo es gris, es cierto, pero la primavera nos visita todos los años, las flores se abren a pesar del mundo y "las manzanas siguen creciendo en los manzanos pase lo que pase". Por más que el hombre actual le dé la bienvenida a la primavera del modo más insultante y grosero, las flores lo ignoran y continúan floreciendo y los atardeceres continúan tiñendo cada día a las ciudades, pese a que los edificios los ignoran.
  Todavía quedan, decíamos, reservas en este mundo.
  Para aquellas almas que aún son susceptibles a la belleza verdadera, les ofrecemos este espacio. En él trataremos temas de arte, especialmente en su faceta literaria y dando un lugar primordial a los poetas regionales. Será un recreo para nuestras almas cansadas de vorágine. Será un momento de Quijote, agobiado de Sancho. Es el descanso merecido luego de arduas jornadas de trabajo desgastante. Descanso que enriquece nuestro interior con esas limpias palabras que reflejan el sentir de todo hombre, pero que solo unos pocos, los escogidos, pueden describir.
  A todos los que alguna vez han llorado al leer un libro, al ver un drama o al contemplar un atardecer, les damos la bienvenida…