“Los niños del coro, vestidos de blanco... estaban
cantando lo que después supe que era el Magníficat. (…)Entonces, se produjo el
acontecimiento clave: en un instante, mi corazón fue tocado y creí. Creí, con
tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción
tan fuerte, con tal certeza que no dejaba lugar a ninguna clase de duda. De
modo que todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada
vida no han podido sacudir mi fe ni, a decir verdad, tocarla. De repente, tuve
el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios.”
Son palabras del escritor francés,
Paul Claudel, que como él mismo relata, luego de un encuentro profundo entre su
alma y la Belleza, abrazó la fe verdadera para nunca separarse de ella. De nada
le valieron ya sus débiles razones y sus frágiles placeres, de nada valieron la
pluma y la tinta, de nada valieron los años de costumbres alejadas de Dios. Es
que Este se le había presentado, ¡Él mismo!, revestido de Belleza, una de sus
tantas expresiones. De allí en más, ni la teoría mejor elaborada podría
separarlo de su recién hallado Señor.
Y es que el encuentro con la Belleza
Verdadera transforma al hombre, abre en el alma de quien la vio -o la oyó- un estigma incurable, que no cicatriza nunca.
Sin menospreciar razones y
silogismos, no podemos negar que cuando una cosa se nos presenta bañada en
hermosura, produce en nosotros una atracción mucho mayor y se nos hace más
fácil creer en ella, y amarla. Y qué decir si esta belleza, es tan perfecta que
además lleva consigo las palabras con que habla la verdad y arrastra a las
obras que nacen del bien. Es entonces la Belleza plena la que se despliega ante
nuestros ojos.
El Angelus - Jean F. Millet |
En el mundo materialista, consumista,
cuantificador e individualista que hoy nos rodea, poco lugar queda para la
belleza. El gris del humo que expiden las fábricas vence de a poco el celeste
del firmamento límpido de las mañanas primaverales. Los estáticos y opacos
ladrillos ganan cada vez más espacio a las campiñas verdes. Las columnas de
cemento matan a los árboles; las teclas lapidan a los libros; los números, a
las flores. ¿Qué demonios puede llegar a interesarle a un contador de pálidos
billetes si el cielo es gris o azul, si en su jardín hay flores o ladrillos?
No, nada de esto es capaz de inquietarlo, de atraer su atención, está demasiado
ocupado en medir la longitud del cielo y la profundidad del mar como para
advertir que ambos son azules. El hombre parece hoy desenamorado del mundo que
lo rodea. Y prefiere las grotescas figuras que, totalmente ajenas a cualquier
tipo de sentido estético, desvían su gusto de la auténtica belleza. ¡Ah! si el
hombre recordara las palabras de Nuestro Señor: “¡Mirad los lirios del campo…!”
Pero, sin embargo, todavía hay
reservas de belleza en este mundo. El mundo es gris, es cierto, pero la primavera
nos visita todos los años, las flores se abren a pesar del mundo y "las
manzanas siguen creciendo en los manzanos pase lo que pase". Por más que
el hombre actual le dé la bienvenida a la primavera del modo más insultante y
grosero, las flores lo ignoran y continúan floreciendo y los atardeceres
continúan tiñendo cada día a las ciudades, pese a que los edificios los
ignoran.
Todavía quedan, decíamos, reservas
en este mundo.
Para aquellas almas que aún son
susceptibles a la belleza verdadera, les ofrecemos este espacio. En él
trataremos temas de arte, especialmente en su faceta literaria y dando un lugar
primordial a los poetas regionales. Será un recreo para nuestras almas cansadas
de vorágine. Será un momento de Quijote, agobiado de Sancho. Es el descanso merecido
luego de arduas jornadas de trabajo desgastante. Descanso que enriquece nuestro
interior con esas limpias palabras que reflejan el sentir de todo hombre, pero
que solo unos pocos, los escogidos, pueden describir.
A todos los que alguna vez han
llorado al leer un libro, al ver un drama o al contemplar un atardecer, les
damos la bienvenida…