Por María del Pilar Álvarez
con cualquiera que se ponga
la mejor, la gran milonga
que se habrá de perpetuar.
Entre La Pampa y el mar
y el que es mayor de los dos,
cielo estrellado de Dios
donde sus plantas están,
canto a la flor de Luján
canto a la Madre de Dios.
8 de Mayo, Nuestra Señora
de Luján, patrona de todo el suelo argentino.
¡Qué puede uno decir -que
es pequeño, limitado y falible- de la buena Madre, de la Madre santa! Parecen
duras y toscas las palabras que puedan surgir, en comparación con aquel
espíritu dulce, sereno y armonioso de nuestra amada Virgencita. Sobran hechos,
agradecimientos y plegarias, pero faltan las palabras con que expresarlos.
¡Qué gracia tan admirable
la de que ella desease quedarse en nuestros pagos! ¡Que la misma Virgen María,
elegida por Dios para Madre del Redentor, quisiese quedarse en la Argentina y
bendecirnos todos los días con su gracia!
Cuán necesitados nos
hallamos de escondernos bajo su manto, como un niño pequeño en el regazo de su
madre. Buscar esa seguridad y protección en tiempos tan aciagos.
La Argentina, nuestra
pobre y amada Argentina, se encuentra viciada, prostituida y corrompida en mil
maneras diferentes. A veces hasta nos caen las lágrimas ante tan desdichado
panorama. Pero nos queda Ella; en quien podemos refugiarnos, ampararnos, quien
nos puede consolar. Dios la ha puesto especialmente para que enjugue nuestros
llantos y nos sostenga del brazo cuando nos sentimos desfallecer de dolor.
Dolor al ver una patria descender poco a poco a los abismos; dolor, al ver la
tierra paterna renegar de sus tradiciones; dolor, al ver las sombras avanzar
sobre la luz; dolor, al ver nuestras múltiples traiciones cotidianas a Cristo,
quien nos salvó. Dolor, dolor, dolor…pero no ha de quedarse en ello simplemente.
Si así fuese, sería en vano todos los sacrificios realizados por tantos, tantos
antepasados. No. No sería de buen cristiano y abnegado patriota el simplemente
contemplar y llorar los males.
Ha de observarse, sí, el
estado demacrado de tan sabroso país, dolerse de ello, llorar por él y
demostrar así cuánto importa su destino. Pero seguir, conquistar, ayudar a que
el mal no siga avanzando, que no nos siga corriendo y destrozando. Y para ello,
tenemos el socorro de Nuestra Buena Madre, la Virgen de Luján. Implorarle a
ella, entonces, que nos brinde las fuerzas necesarias para no decaer en el
combate, el Buen Combate; para que nuestros brazos frágiles se fortifiquen en
la lucha diaria contra las adversidades que todo el tiempo nos rodean; pedirle
ayuda para emprender, del mejor modo posible, todos los quehaceres y deberes
que nos corresponden y llevarlos a su mayor expresión.
Que
la Argentina amada no olvide su egregio destino de gran nación, y que nunca
olvide la voz del poeta:
El nombre de tu Patria viene de argentum.
¡Mira que al recibir un nombre se recibe un
destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principal.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.
Pidamos a la Virgen de Luján, que siga
bendiciendo nuestro terruño querido, y nos siga favoreciendo en la empresa
prestigiosa, en la entrega constante que el mismo Señor nos ha encomendado. Sin
alejarnos de las manos suaves y la voz tranquila de Nuestra Protectora. Para
que, algún día, nuestra Argentina sea nuevamente fundada y entregada a los
brazos de Jesucristo.
Madre de Dios, madre mía
y no quiero saber más
haceme morir en paz
con Dios y con vos María.,
Al filo de mi agonía no recordés mis reveses
recordá, en vez, cuantas veces
y ya desde muy gauchito
yo te he rezado el bendito
la Salve y los cinco dieses.
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